viernes, 7 de enero de 2011

El metal, los textiles, y una historia con final feliz

Las formas textiles están en el origen de numerosos tipos técnicos y artísticos. El cordón, la costura y el lazo, la manta, el manto y los demás tipos de vestimenta, la red de pesca y la de caza y la redecilla para el pelo, el tejido de encaje y la malla de armadura, la cortina y el telón, la sombrilla y el paraguas, el toldo (el velarium del anfiteatro romano, y sus desarrollos contemporáneos), la carreta (el wagon, padre de la casa rodante y abuelo de la manufactured home), la tienda nómade y la tienda ceremonial, la de campamento de verano y la de refugio en catástrofes, el abanico, la vela del barco y del molino, (y el paracaídas y el ala del avión, el dirigible) — se configuran en base a principios formales “puros” (independientes del material y de su técnica de elaboración) que mantienen su validez incluso transferidos a otras tecnologías. Esos principios formales, y el seguimiento técnico-histórico de las formas en el vestido y en la arquitectura, incluyendo la presentación del fundamental “principio del revestimiento”, ocupan el primer tomo de El estilo en las artes técnicas y tectónicas.

Dos de estas formas textiles se reúnen de manera insospechada en esta historia con la que me topé durante la traducción de Der Stil.



El puente colgante de Clifton [Clifton Suspension Bridge]

Terminado en 1864 en base al proyecto de Brunel de 1829, fue en su momento la mayor estructura de tensión del mundo (412 m de longitud total, 214 m entre apoyos, a 75 m sobre el Avon frente a Bristol).

Foto de Arpingstone.

El proceso de aprobación y construcción fue complicado, con largas interrupciones por falta de financiamiento, y en 1859 Brunel murió sin llegar a ver la obra terminada. Algunas de las cadenas del puente pertenecieron anteriormente al puente colgante de Hungerford (un puente peatonal, también de Brunel, frente a Charing Cross), retirado en 1859 para realizar el puente ferroviario reticulado que existe actualmente. La imagen de las cadenas es muy potente como ejemplo del tipo textil transferido al metal.


Foto de Joe D.




El miriñaque o la crinolina

En un par de oportunidades Semper se refiere (siempre como metáfora en el marco de juicios de valor devastadores) al miriñaque, que experimentaba su apogeo en Europa durante la época de redacción y publicación de Der Stil. Los miriñaques de la época son tema recurrente en caricaturas humorísticas, que se burlan de las complicaciones en que resultaban para la usuaria (para colocárselo, para sentarse) y para los caballeros que de alguna manera intentaban aproximarse a las damas. El tipo consolidado para mediados de siglo es el de un armazón de alambre, a la manera de una canasta invertida, que reemplazaba a las enaguas superpuestas que se usaban anteriormente para separar a la falda larga de las piernas.

Carlota, emperatriz consorte de México, en 1864
Foto de la Biblioteca del Congreso de los EE.UU.

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Colocándose un miriñaque
Rediagramación de una imagen de Wikimedia Commons

En un estilista que en su tratamiento de los aspectos formales de los textiles denuncia las franjas horizontales y los volados transversales en las faldas, que “destruyen las formas de nuestras damas”, y que en el capítulo de Carpintería cita a Viollet denunciando que los ostentosos sillones ceremoniales de la época no concuerdan con las líneas modernas del traje de quien se sienta en ellos, no sorprende que el miriñaque fuera la metáfora elegida en más de una ocasión para criticar todo lo aparatoso y forzado.




El desengaño amoroso de Sarah Ann Henley

Angustiada tras recibir una carta de ruptura de su novio, algo después del mediodía del 8 de mayo de 1885 la joven Sarah Ann Henley, de 22 años, de Bristol, decidió terminar con su sufrimiento saltando del puente colgante de Clifton, que para entonces se había convertido ya en un favorito de los suicidas.

Sarah

Las aguas estaban bajas, y había viento, y Sarah vestía miriñaque —con lo que en lugar de precipitarse verticalmente realizó un elegante vuelo diagonal para aterrizar “en posición sentada” en las orillas barrosas del Avon. Su vuelo fue observado por testigos que inmediatamente la atendieron, “shockeada” y embarrada pero consciente y locuaz, y con lastimaduras sólo menores. La internaron en observación durante unos días en la enfermería local, en donde la difusión en los periódicos de su acto romántico le ganó numerosas propuestas de casamiento (que por el momento rechazó), y convertida en una pequeña celebridad vivió para contar la historia hasta 1948, a los 85 años.

[Estimo que el centro de gravedad bajo necesario para que el miriñaque-paracaídas se mantenga estable durante la caída se debe haber producido por un deslizamiento hacia arriba al embolsarse el aire apenas Sarah se lanzó al vacío —con lo que la joven debe haber realizado su vuelo en una posición parecida a la de la segunda foto de la secuencia de colocación del miriñaque ilustrada más arriba, con el miriñaque subido a la altura de las costillas o incluso de las axilas, probablemente pataleando un poco.]

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